CAMINATA 2024

CAMINATA 2024

Mientras camino por el bosque, pienso en cómo recorrí los mismos senderos en distintas estaciones.** El encuentro con ellos me revela que lucen distintos. Grandes troncos, erguidos como columnas infinitas, siempre me impresionan. Así como algunos árboles que, año tras año, se desprenden de sus hojas, el bosque cambia, se transforma, pausa, descansa y se renueva. Para muchos, el invierno —y lo fue para mí— era una estación de pereza, de melancolía inerte, de pesadumbre. Se lamentan las pocas horas de sol, los grados centígrados insuficientes y las escasas ganas de salir.

Sin embargo, con el tiempo comprendí que, incluso en las estaciones más adversas, como el invierno, hay lecciones que aprender. A veces son las nueve de la mañana y parecen ser las siete de la noche mientras apenas tomo mi primer sorbo de café. Por fracciones de segundo, mi mente se confunde y piensa que el día está terminando. Pero justo en esos momentos, cuando los días son más fríos y las noches más largas, entiendo que debo replantear cómo disfrutar el invierno. Como los árboles que se adaptan a cada temporada, el bosque me invita a encontrar mi propia forma de resistir y florecer.

Muchos de los seres que habitan la montaña hacen lo mismo: se adaptan, esperan, transforman la adversidad en parte de su ciclo vital. Y aunque la naturaleza tiene muchas respuestas, día a día vivimos tan absortos en el ritmo que dictan el sistema —la sociedad, el trabajo, la escuela— que no pausamos para entender lo que realmente significa ser, vivir, estar. Este ritmo nos empuja hacia afuera, hacia lo superficial. Pero ¿qué pasa si nos despojamos de todo lo que creemos que nos define?

Si te quito tus marcas, tus joyas, tu automóvil, ¿qué queda? ¿Qué dice tu corazón, tu mente? ¿Qué tienes para compartir más allá de las distracciones de las redes sociales? Tal vez el problema no está en lo que poseemos, sino en cómo nos distraemos con ello, olvidando lo que realmente importa. Porque el verdadero lujo no son esas cosas materiales, sino el tiempo y la capacidad de estar presente: algunos minutos al sol, un atardecer, observar las nubes danzar. Esos momentos nos devuelven a lo esencial, a nosotros mismos.

Y, sin embargo, cuanto más vivo, más veo; y cuanto más veo, más ignoro. Entre tantas cosas que quiero aprender, a veces me quedo congelado, abrumado por la cantidad de conocimientos que me faltan. Pero este año quiero cambiar eso. Quiero ser más constante, más disciplinado. Quiero entender más la naturaleza, comer mejor, pensar mejor, ser financieramente independiente sin esclavizarme al sistema. Porque nuestra existencia es tan efímera, el tiempo tan eterno, y nuestra voluntad, muchas veces, tan limitada.

Al reflexionar sobre esto, también veo cómo nuestras creencias, heredadas sin fundamento o sin validar en nuestro contexto, pueden convertirse en anclas que nos detienen. Sí, hay cosas que aprendimos en casa que no cambian: valores que rigen una buena conducta, empatía, respeto. Pero también hay otras tantas que deben transformarse por nuestro bien y por el de quienes amamos. No para buscar validación o aceptación, sino para ser fieles a nuestras convicciones y esencia. Todo aquello que no nos deja crecer, cambiar, ajustar o evolucionar debe quedar fuera.

En este camino de transformación, me doy cuenta de que me gustaría compartir. He aprendido muchas cosas durante los últimos cinco años, pero no sé por dónde empezar. ¿Qué te cuento primero? ¿Qué te narro y cómo te lo digo? Quizá la mejor manera sea comenzar con aquello que me ha dado una visión más intensa y completa de la vida: la naturaleza.

Comprender e identificar cómo se comportan las estaciones y la naturaleza de manera local ha sido revelador. Aprender a leer los rayos del sol, sentir la emoción de encontrar por primera vez una seta comestible que solo conocía en libros, descubrir al año siguiente esos puntos “secretos” en el bosque… El gozo y la emoción de estos momentos son únicos y efímeros como la vida misma.

Qué bien se disfrutan esos contados días de sol y verano, con nubes que brillan por la noche (nubes noctilucentes), listones de luces de colores —verdosos, azulados, violetas— danzando, libres, maravillándome (aurora boreal). Fenómenos propios de ciertas latitudes del norte, cuando el viento solar choca con un campo magnético diferente en la atmósfera de la Tierra. También pienso en pararme en medio del bosque, desnudarme si es posible (sin ofender la moral), y broncearme completamente, cuidando las marcas de expresión y evitando las del bañador. Pienso también en cómo me gustaría caminar por estos senderos con las personas buenas que me he cruzado en la vida. Que veamos juntos esos puños de setas de diversos colores que adornan el piso del bosque en determinadas condiciones, y que luego adornan mi cocina y finalmente mi plato. Cómo me gustaría que todas esas almas buenas que me han brindado su amistad durante las diferentes etapas de mi vida pudieran experimentar esto. No como algo único y exclusivo —seguramente ellas y ellos viven la intensidad de la vida a su tiempo, a su modo y con sus preferencias—, pero mis encuentros con el bosque son un sueño que deseo compartir.

Tengo tarea. No creo que vaya tarde, pero debo acelerar el paso. Hay tanto por escribir, por traducir de emoción y pensamiento a texto.

Este año te deseo lo mismo que el anterior: paz y salud. Por el resto, trabaja. Feliz Año.


Last modified on 2024-12-30

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