Lolo y el Reloj de las Estaciones
**En medio del bosque, justo donde nadie se atreve a ir o siquiera a pensar en caminar, se encuentra el reloj de las estaciones. Pero este no es un bosque cualquiera: es un lugar mágico y místico, donde la naturaleza parece tener vida propia. Una luz suave, como un resplandor etéreo, flota en el aire, mientras los árboles, altos y antiguos, se alzan como guardianes, con hojas que brillan en tonos de esmeralda y dorado. El susurro del viento se mezcla con el canto lejano de las aves, creando una melodía que parecería haber existido desde siempre
Los troncos están cubiertos de musgo brillante, que destella bajo los rayos del sol que se filtran entre las copas. El suelo, tapizado de flores pequeñas y delicadas, desprende un aroma dulce, como si la tierra misma respirara vida. Las hojas caen lentamente de algunos árboles, pintando el aire con tonos de ámbar y carmesí. Otros, como los pinos, permanecen inmutables, vigilantes en su eterno verdor. Este lugar es como un corazón que late despacio, un rincón donde el tiempo parece detenerse y fluir al mismo tiempo.
En el centro de todo, el reloj. Su tic-tac resuena con un ritmo tranquilo pero firme, como un pulso que sincroniza al bosque entero. Lolo, una pequeña criatura de brillantes ojos, verde y botas moradas, se acerca tímidamente. No entendía por qué el reloj estaba allí, solitario en medio de aquel bosque místico. Pero, por alguna razón, sentía que lo había estado buscando sin saberlo. Cada tic-tac resonaba en su pecho como un eco familiar, despertando recuerdos. Era como si el reloj supiera algo de él que ni siquiera él mismo entendía.
El reloj habló, con una voz profunda y pausada:
—Muchos olvidan que las estaciones tienen un ciclo. La vida misma es un ciclo. Pero a menudo, caminamos ocupados y distraídos, dando por sentado que todo y todos a nuestro alrededor permanecerán igual. Sin embargo, cuando llega el momento más frágil, esos ciclos terminan. Así como el sol tiene su día más largo, también tiene su día más corto. No es menos importante ni más que los demás; simplemente sigue su curso, dependiendo de la estación.
Lolo escuchaba en silencio, con el corazón. Recordó a las golondrinas que alguna vez anidaron cerca de su hogar. Recordó su canto alegre al amanecer y cómo llenaban el cielo con su danza. Pero ahora ya no estaban, y eso lo hacía sentirse vacío. Una tristeza envolvió su corazón como un abrazo.
Con voz entrecortada, matizada por la melancolía y la duda, preguntó:
—Pero, señor reloj, ¿por qué todo tiene que cambiar? ¿Por qué no pueden quedarse siempre las golondrinas? ¿Y las flores? ¿Por qué algunos árboles ya no tienen sus lindas hojas?
El reloj, pausado y solemne, respondió:
—Mi pequeña criatura verde, yo existo y, a la vez, no. Soy el correr de los ríos, soy las gotas de lluvia que besan las flores. Vivo en todo, pero no me detengo. Algunos apresuran su paso por mi imaginaria presencia, mientras que otros aprenden a convivir conmigo: conscientes, presentes, aquí.
—Las golondrinas no te abandonaron, Lolo. Simplemente siguieron su ciclo, como tú sigues el tuyo. Cada uno tiene su tiempo, su lugar. Algunas flores solo verán una primavera; otras renacerán una y otra vez. Cada uno tiene su misión, su tiempo de plenitud. Pero muchos no aprovechan su oportunidad. Es como en la zarza: no todas las frambuesas maduran. Algunas nunca llegan a desarrollarse, y cuando les llega su invierno, mueren, sin dulzor y en soledad.
Lolo sintió una punzada de tristeza en el pecho. Había querido tanto a las golondrinas… ¿Cómo podía aceptar que algo tan bello desapareciera? Era injusto, pensó. Se merecía más tiempo con ellas, más amaneceres llenos de su canto. Pero mientras luchaba con ese pensamiento, las palabras del reloj resonaban en su mente. ¿Y si no se trataba de aferrarse, sino de apreciar? Su respiración tembló al considerar la posibilidad.
—Entonces… ¿nada dura para siempre? —preguntó, con los ojos húmedos.
El reloj respondió con serenidad:
—Nada dura para siempre, y precisamente por eso todo es tan valioso. Las estaciones cambian, pero cada una tiene su propia belleza. Si no aprendemos a soltar, nunca tendremos espacio para recibir lo que viene después.
En invierno, cuando los días son más cortos o se convierten en una larga noche, cuando el sol se aleja para visitar la otra mitad, todo se alinea para hacer una pausa: para recapitular, descansar, recobrar fuerzas. Y cuando los elementos regresan a tu presente, entonces es tiempo de germinar, con nuevas fuerzas, sin prisa, estando presentes y conscientes de uno mismo.
Lolo bajó la mirada y sus dedos rozaron el musgo blando que cubría la base de un tronco cercano. La textura era húmeda y suave, como si el bosque entero quisiera consolarlo. Cerró los ojos un instante y pensó en las flores que crecían en primavera, en cómo luchaban por abrirse paso entre la nieve, frágiles y valientes a la vez.
Sus delicados pétalos blancos se inclinaban hacia la luz, humildes y luminosos, como pequeñas campanas que anunciaban la llegada de algo nuevo. Eran un recordatorio de que, incluso tras la noche más larga, siempre hay un amanecer. Comprendió que en el descanso está el renacimiento. Había un comienzo, y que está bien reposar, pues de ese reposo surge la fuerza para florecer otra vez.
El reloj miró a Lolo, sus manecillas girando suavemente.
—Hay que ser sabio, vigilante y estar alerta, Lolo, para no quedarse donde ya no podemos florecer, donde no podemos elevar nuestro canto. Algunos lugares solo nos sostienen por un tiempo; otros se convierten en nuestro hogar eterno. Pero cada uno tiene su magia. Aprende y vuela, descansa y florece, pero nunca dejes de ser tú.
—Cada estación tiene un propósito, pequeña criatura verde. La esperanza de la primavera, la plenitud del verano, el desprendimiento del otoño y la introspección del invierno son los ciclos que componen nuestra vida. Aprenderás a moverte entre ellos, a encontrar en cada uno su belleza, y a aceptar que todos son necesarios. Solo así comprenderás el verdadero significado de vivir.
Lolo dejó escapar un suspiro profundo. Sentía que, por primera vez, algo en su interior se había alineado, como si el tic-tac del reloj ahora marcara también el ritmo de su corazón.
Lolo sintió una mezcla de emociones: tristeza, gratitud, esperanza. Pensó en las golondrinas y supo que algunas regresarían, mientras otras seguirían volando lejos. Pensó en las flores del bosque y en cómo se preparaban para un nuevo ciclo, incluso después de desaparecer bajo la nieve.
Se acercó al reloj y lo abrazó con ternura, como si con ese gesto pudiera agradecerle por todo lo que ahora entendía. No dijo una palabra, pero el tic-tac parecía responderle, resonando con un ritmo de su corazón, que Lolo sintió en lo más profundo de su ser.
Cuando se alejó, el bosque seguía latiendo a su alrededor. Se detuvo un momento antes de cruzar la última línea de árboles y levantó la vista al cielo. En el horizonte, una bandada de gansos cruzaba lentamente, sus siluetas recortadas contra el sol poniente. ‘Quizá no todas vuelvan’, pensó, ‘pero mientras vuelen, habrá belleza en su partida.’ Con una sonrisa pequeña pero sincera, continuó su camino.
El tic-tac quedó atrás, pero Lolo sabía que lo llevaría consigo para siempre.
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